Fragmento del Prólogo

"Parado aquí, miro hacia atras el largo y extraño camino que me reservó el destino, y compruebo tristemente a mi alrededor que hechos similares a los que voy a contar no dejan de ocurrir entre la especie humana."

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Prólogo




De las casi mil trescientas personas que integraron la hoy famosa Lista de Schindler, soy uno de los pocos sobrevivientes en Argentina.
De las dieciocho mil personas recluidas en el campo de concentración de Poniatov, probablemente sólo yo estoy vivo.
Me llamo Francisco Wichter, Faivel es mi nombre en idisch. Mi número de condenado fue 105.262 KL. Soy judío, creo en los diez mandamientos. Pero en el horror que me tocó vivir supe que hay uno más; “Sobrevivirás”. Esa fue mi consigna y la de todos nosotros. Esa fue la fuerza que nos sostuvo y la que sostiene la historia increíble que voy a contar.
Mi mujer y yo llegamos a Buenos Aires a principios de julio de 1947.
Éramos dos de los tantos judíos que formaban parte del inmenso flujo de inmigrantes, flujo que venía de Europa, tierra devastada por la cruenta, inhumana segunda guerra mundial. La guerra que había impuesto el nazismo junto con otras muchas fuerzas reaccionarias habían dejado en casi todos marcas imborrables, pero sobre todo en nosotros, los judíos. Los nazis habían asesinado en pocos años una tercera parte de los judíos del mundo.
Mi mujer y yo llegamos aquí para empezar de nuevo, habíamos sobrevivido y teníamos la conciencia tranquila. Tal vez tuvimos, como tantos de nosotros, la ilusión de que sería posible olvidar el pasado. Nos afincamos, trabajamos los dos con ahínco, reconstruimos y construimos un hogar propio, una familia incipiente. Así vinieron dos hijos que crecieron, se casaron, nos dieron nietos. Nuestro hijo mayor falleció joven. Fue un dolor inmenso. Sin embargo, lo soportamos. Hemos soportado tanto.
Y pasó el tiempo pensando en el presente, en el trabajo, en la vida cotidiana. Tuvimos familiares aquí, habían llegado con las primeras décadas del siglo. Ellos no querían hablar de lo que pasó, les parecía posible que olvidáramos de a poco. Entonces llegó el año 1993 y los diarios y la televisión trajeron una noticia: El productor y director de cine Steven Spielberg estaba rodando una película sobre hechos protagonizados por Oskar Schindler y su esposa Emilie. Las cuatro palabras del título eran claves para mi vida: “La lista de Schindler”.
El impacto emocional que sufrí fue muy grande. Pensé: “por fin se va a conocer la historia de la cual formé parte y de la que, en la Argentina, creo ser el único sobreviviente, la historia que viví y dejé atrás para poder seguir viviendo” - Volvieron los recuerdos, las noches de insomnio. Por primera vez, sentí la necesidad de contar, y no solamente para mí.
Igual que nosotros, también la conciencia de la humanidad alimentó la ilusión de que podía olvidar qué fue el genocidio nazi; pero el genocidio no fue un acto hecho por bestias o seres ajenos, sino por integrantes de la especie humana. El genocidio es parte de la propia historia de nuestra humanidad, de su inmemorable vergüenza.
Empecé a escribir poco a poco; quise lograr un testimonio veraz, amplio, mesurado, donde las palabras no fueran estridentes y mi memoria se esforzara por dar todos los detalles. También decidí contar la historia de mi mujer, que vivió de un modo sumamente particular esa época terrible. El resultado es este libro, un pequeño aporte para las generaciones que me siguen.
Parado aquí, miro hacia atrás el largo y extraño camino que me reservó el destino, y compruebo tristemente a mi alrededor que hechos similares a los que voy a contar no dejan de ocurrir entre la especie humana. Rezo y pido a Dios Todopoderoso que nos proteja y nos lleve por senderos justos, y pido a los pueblos que habitan el planeta que elijan el amor, la comprensión y la tolerancia de unos con otros.
Han pasado muchos años. He conocido el dolor más tremendo, pero también el amor y la solidaridad. Mi mujer y yo compartimos la vida hace cincuenta años, nuestras historias de adolescencia -las historias de la guerra- quedaron atrás. No me brota el rencor al escribirlas, tampoco la queja. Se trata más bien de ofrecer un legado: entrego a los demás mi memoria, quiero dejar, sobre todo a los que son jóvenes, un testimonio y el pedido ferviente de que cuando lo lean, tomen en sus manos la tarea de hacer un mundo mejor, donde hechos como éste no ocurran nunca más.